Dificultades

Era complicado para él entender el fin de un ascensor en una Academia como esa, pero que podía hacer, hacia tanto tiempo que no subía uno y dado que iba a un piso arriba, que mejor excusa para usarlo, aun cuando no necesitara una.

El atardecer estaba por terminar para dar paso a la noche, así que no estaba incumpliendo ninguna regla, sólo necesitaba estar en las aulas unos momentos, y él era de total confianza como para no ponerse frenético frente a los alumnos de la clase diurna, además, no hacia mal un poco de interacción con jóvenes que desconocían de su mundo, sentía, en el fondo, que probablemente podría llevarse bien con alguien que tuviera un pensamiento más allá de “nosotros y ellos”

Dio clic al botón indicado para que se abrieran las puertas del aparato, y espero…

El dolor de tobillo no había menguado aún. Eran ya dos semanas las que se había pasado sufriendo lo que parecía ser un ligero esguince, pero tal era el pavor de asistir a la clinica del centro que prefería vivir con el dolor, por ello, siempre que era menester de subir o bajar las escaleras lo hacía mediante el ascensor. Bendito invento.

No tenía amigos ni nadie con quién compartir sus dolores, quejas u lamentos por ello intentaba siempre perecer sólo antes de introducirse en aquel lugar. Era de los pocos que lo utilizaban de hecho, y eso lo consideraba avergonazante. Una estruendosa risa sonó en el interior de su cabeza, cómo el incesante tintineo de una campana que no hacía más que molestar sus oídos.

<< Estás solo, Cory. >>

-Púdrete. – Su espalda dio contra la fría pared del ascensor. La risa de Irok seguía sonando en su interior. Ahora no sólo el tobillo, también le dolía la cabeza. Odiaba ser así, ser dos, pero demostrar uno.

Miró con aire sorprendido cómo las puertas se abrían en un piso que no era el suyo y sus luceros, cristalinos por el remolino de sensaciones se clavaron en ése de aspecto hostil e inmediatamente irguió su posición, fingiendo indiferencia.

Observo a la persona que ya ocupaba espacio en el ascensor y se le quedo observando, detenidamente, analizando su apariencia que sólo podía definirle con una palabra que le provocaba un estremecimiento degustable en la sangre: débil.

Le sonrió, sin pensar siquiera en la reacción del muchacho o la suya propia, pero sentía la necesidad de ser amable con él, dulce… encantador. No aparto la mirada de su rostro, mientras se colocaba a su costado, no reparando en la inconformidad que él chico podría llegar a sentir, o incluso el pánico por estar ha lado de una persona como él. Es que no podía evitarlo, era… débil.

– Hola –dijo, de la nada, sin pensar antes de hablar, mientras alzaba el brazo para oprimir el piso al que subia y las puertas no tardaban en cerrarse.

Una curiosa sensación embriagó sus sentidos. Su vientre se contrajo violentamente, cómo advirtiéndole de algo. Pero ése algo era obviamente un tema que ignoraba. Ése rostro no era cómo los de los chicos que merodeaban por las aulas. Era muchisimo más fino, cómo si un artesano hubiese puesto todo su empeño en elaborar un rostro perfecto, sin ningún tipo de error.

Conforme el desconocido fue acortando distancias él, con la espalda pegada en la pared se fue moviendo de su posición para alejarse de ése que pretendía quedar junto a él. entonces terminó, él frente a ése chico, cerca, muy cerca de los paneles de control. Le estaba inquietando que no apartase la mirada de él...

... Curiosamente, él tampoco podía apartarla. Tragó saliva cuando esta vez fue su encerrado amigo el que habló. En un susurro, cómo si el recién llegado pudiese oirle. << Cuidado. >>. La melosidad de las palabras le hizo estremecerse y ése fue en el instante en el que vio cómo su brazo pasaba cerca de su rostro en dirección a los botones del susodicho panel.

El corazón le dio un extraño vuelco y sistemáticamente se apartó, removiéndose hacía algún espacio libre, aunque dada la citación, eso era totalmente imposible. Tan ofuscado estaba por conseguir su propio espacio personal que incluso, pasó inadvertido el saludo.

Por unos instantes, después de seleccionar el botón indicado, estuvo tentado a tocar al chico, que se removía, como si se quisiera alejar, pero consiguiendo totalmente lo contrario. Su mirada se contrariaba, y lo hizo aún más cuando al querer acariciar con su mano la pálida mejilla del pequeño, este al fin logro apartarse de él, y un gemido, que se quedo en su garganta, recorrió todo su cuerpo en una sensación agónica.

Respiro con profundidad, entonces fue cuando un aroma por completo irreal le ataco de repente. Era exquisito, delicioso, algo único entre todo. Lo miro, con ojos completamente dulces, pero sintiendo por dentro un pánico enorme.

– No – murmuro, cuando le sintió lejos, como si rogara que volviera. Pero en ligar de acercársele se giro hacia el otro extremo del elevador de donde él se encontraba. Aquello que sentía estaba mal, más al saber que él no era de los suyos, era una presa fácil en su presencia y debía controlar sus instintos. Pero lo más extraño es que jamás había tenido el instinto de querer tomar la suculenta sangre de un humano, inclusive, jamás lo había hecho… pero la piel del chico...

Le siguió con la mirada, entristecido por la distancia, pero no queriendo hacer algo al respecto.

– No te hare nada –dijo, sin razón aparente, pues sentía que él chico necesitaba algo como eso, y de igual manera el también para creerlo.

Esa agónica voz le hizo entrar en una serie de temblores que fue casi imposible aplacar. Su mirada era intensa, pero no era cómo le miraban sus compañeros, no... Era cómo si de un momento a otro pudiese convertirse en alimento. Era algo totalmente ilogico, lo sabía. Pero... En esa mirada también había algo que no terminaba de entender y no sabía bien si achacarlo a una serie de desconcierto.

Irok estaba alerta y eso sólo le tensaba más. Su espalda perecía aún contra el ascensor pero sin poder evitarlo, su mirada estaba clavada en aquella que seguía observandole de manera persistente con un no muy bien disimulado dolor. Dolor... Ahora fue él quién ahogo un pequeño gemido. El tobillo le dolía y entre los movimientos había descuidado su posición. Pero debía olvidarse, olvidarse de eso y centrarse.

Esas palabras le calmaron a él, pero encendieron la chispa interna de su otro Yo. << Te hará algo. Cuídado. >> ¿Cómo iba a hacerle daño? Allí no había nada. estaban solos... Miró con ahogo el número de pisos que descendían y curiosamente seguían travados entre dos pisos. No supo si era porque estaban o no atrapados, la necesidad de mirar nuevamente sus luceros le desconcentró.

- Lo sé. – Susurró, no muy convencido. Temía, temía del mismo modo que sentía una curiosidad irrevocable. Era extraño... Atrayente. Cómo un cántico de sirenas en medio de una oleada de marineros.

Ése desconocido era la sirena que le atraía... Pero era demasiado obstinado cómo para acercarse.

Entonces su voz apago toda conciencia que le quedaba en esos momentos. El sonido que producía su pequeña boca envolvió sus oídos como si aquella fuera una hermosa melodía. Enloqueció, su mirada lo hizo, recorriendo su cuerpo, más allá de sus hermosos, inocentes y perdidos luceros.

Trago saliva con gran dificultad, mientras un leve estruendo anunciaba lo que con anterioridad estaba sucediendo en el elevador. Este se había detenido por completo, dejándolos a ellos en aquel extraño y a la vez sofocante ambiente, solos, juntos, sin oportunidad de huir. El crimen perfecto pensó, pero en instante aquella sed que abría un hueco en su garganta se desvaneció. Un nuevo sentimiento, aquel que no deseaba hacerle daño. Al parecer aún tenía un poco de cordura, un poco.

– Se ha detenido –anunció, dando dos significados a esa afirmación, la primera era obvia, hablando del elevador, y la segunda era personal, pues se refería a su sed que, de repente, se había marchado. Lo que sentía por ese chico iba más allá de la sed… pero no tenía palabra alguna para describirlo.

– Yo… yo no te creo… –reanudo el tema anterior, en la que él chico aseguraba que entendía que él no le lastimaría. Y era fácil dudar, su mirada se contrariaba tanto como sus propios sentimientos, y aunque eso le gustaba, le hacía sentir una extraña inseguridad.

– Yo quiero… – susurro, irguiéndose, mostrando la inminente diferencia de estaturas y de edades. Y en ese instante, de la misma forma que el ascensor se detuvo, las luces que iluminaban la cabina se apagaron.

Pero aún así pudo distinguir su piel y su mirada entre las sombras, volviéndole más sensible, más hermoso… no pudo decir más, el asombro le atrapo.

Debería haberse esperado el repentino parón y el ruido que el engranaje provocó cuando seguramente, la polea central cortó todo movimiento dejándoles encerrados entre dos pisos. Pero de todos modos no disimuló un gesto de estupor a la vez que su figura daba un profundo respingo. Los sonidos fuertes podían llegar a perturbarle, pero siendo sinceros, lo que allí más le asustaba no era el hecho de quedarse sin oxigeno. Por un momento, cuando nuevamente sus miradas se encontraron creyó ver el infierno reflejados en esos luceros que... No eran violetas, tenían un fulgor rojizo que le hizo pegar tanto cómo pudo la espalda contra la mentada pared. Aquello no duró mucho. << Deja de usar tu imaginación, niñato.>>. Claro, Irok estaba con él. No estaba a solas con ése extraño.

Oh, gran comentario por parte del pelivioleta, lo hubo notado en su momento. De todos modos y aunque fue efímeramente su comisura trazó una curvilínea que pretendía ser una sonrisa nerviosa; Obviamente, intuyó que se refería al repentino parón. Llevaba ya un tiempo en ése lugar y siendo un fan de las reglas jamás había cruzado palabra con los alumnos nocturnos. Tenía entendido que eran hermosos y ahora, sencillamente estaba corroborándolo. Aun que la palabra se quedaba corta.

Su frase a seguir le arrancó una especie de quejido quedo.¿No le creía? ¿Le pegaría u algo asi? Había leído demasiados libros sobre matones... Demasiados. Sea cómo fuere, se sentía preparado para afrontarlo. Para defenderse. No podía escapar, cierto, pero quizás si gritaba viniesen en su ayuda. Un guardián, el director.. ¡Quién fuese!. Su sonrisa, aquella tan insegura se difuminó en ahora un gesto tan tímido cómo dubitativo. - ¿Quieres...? -

Estaba hablando con un desconocido, el cual ni había tenido la decencia de presentarse. Pero no todos los días uno se quedaba encerrado en un ascensor. Sinceramente; Jamás ocurría. De todos modos algo inquietaba, algo referente a el. Sus expresiones mudaban de dulces a voraces cómo si su mente recopilase una serie de informaciones que él no podía entender.

Era alto, más de lo que en un momento le pareció. Se sintió pequeño y por ello, menos valiente. Sus latidos aumentaron de calibre cuando las luces se apagaron. Sus labios se abrieron en busca de aire y una asfixiante sensación le envolvió. No entendía nada, pero cerca de ése chico se sentía cómo parte de otra especie. Comprendía, por extraño que sonase que no estaba a su nivel

Querer… ¡Su voz! Su voz tan celestial la quería, sus labios, sus inocente mirada, su reluciente piel, su figura delicada, sus movimientos nerviosos, sus preocupaciones, sus pérdidas… todo de él lo quería, lo deseaba, lo… necesitaba. ¡487 años de existencia y por primera vez sentía la necesidad de algo, de alguien! Pero por primera vez en siglos debía frenar su única necesidad, aquella que le quemaba, que le excitaba, que le enloquecía.

Sus sonrisas en la oscuridad se delineaban con aun más precisión y no sabía cuánto podría frenar su demencia previa, siendo cuerdo y sensato. Se encogió lentamente, bajando la cabeza, temblando… era, demasiado. ¿Qué ser era ese como para arruinar su pulcra personalidad, para hacerle rebajarse a un nivel E en un instante? ¡Él era un sangre Pura! No podía, ¡no debía! Actuar de esa forma, era inaceptable… pero era demasiado. Él era más de lo que su pequeñez podría asegurarle.

Cuando alzó nuevamente el rostro, la fiereza de sus ojos iba en aumento, pero el rechazo de su cuerpo le quitaba seguridad a lo que su mirada pretendía. No sabía como luchar contra si mismo. Cerró sus ojos, temiendo asustar más aquel chico sin nombre y comenzó a tomar decisiones.

Podía acercarse y beber su sangre, alejar ese dulce aroma de una buena vez y terminar con esa agonía pero…
Podía esperar, sin mirarle, sin escucharle, sin hablarle, hasta que todo terminara y el ascensor decidiera funcionar nuevamente pero…

Ninguna de las dos ideas le satisfacía. El quería más que su sangre, y sabia que si se acercaba a él le haría cosas tan atroces que él desearía no vivir más, y quizás no viviría, cuando él terminara, para contarlo. Además de que no podía contenerse, lo que realmente quería era hacer aquello que deseaba, pero sin herirle.

Abrió los parpados, tomando una decisión, y comenzó a acercarse a él, tan lento y tan rápido que él chico podría prever sus movimientos, pero no podría alejarse antes de que él llegara a su lado.

Apoyo su mano a lado del rostro del chico, en el panel donde se apoyaba, y con otra de sus manos levanto su barbilla, con tal delicadeza que la suavidad de su piel y la del chico, se volvió una caricia enloquecedora.

– No te hare daño – dijo, ahora corrigiendo la palabra “nada”, con daño, asegurando algo que quizás él pequeño entendería… o quizás, no.

No será obvio que no podía saber lo que el otro pensaba. No era capaz de entender al cien por cien sus reacciones y seguía sin entender el motivo por el cual su mirada cambiaba. Unas veces mostraba un extraño y fiero fulgor que habría hecho caer al más temible. Otras, en cambio hubiese sido el fuego que derretía al hielo.

Su mirada estaba siendo obstruida por la oscuridad, era casi imposible distinguir nada, debería esperar a que sus luceros se acostumbrasen al nuevo cambio. Pero para entonces quizás sería demasiado tarde. Estaba tan nervioso y tantisimas eran sus preguntas que la voz de Irok no llegaba. Bueno, si, si llegaba, pero lejana. Cómo el eco de una montaña.

No veía, pero sentía. Ése ser estaba mirándole haciéndole sentir nuevamente la pieza seleccionada para la matanza de la granja. Un algo comestible y efímero.

Un paso fue el primero en despertarle de su propia ensoñación. ¡Se estaba acercando!. Por descontado, le fue imposible retroceder... Cuando se dio cuenta, el extendido brazo de ése chico estaba cortándole la vía de escape, pues, aunque se encontrasen recluidos en un ascensor, al menos podría llegar a moverse y evadirle. Pero no, parecía ser que no le daría ésa oportunidad.

Sus manos, temblorosas, se crisparon suavemente. Quizás debería atestarle un golpe, gritar. Una duda le asaltó de repente mientras pensaba en la poca variedad de posibilidades. ¿Sería capaz?. ... No, la pregunta más acertada era; ¿Quería?.

Estaba respirando por la boca en un intento por no hiper ventilar y esa fue la razón por la cual, cuando la mano fría y pétrea del vampiro le rozó ahogó lo que fue un claro jadeo. No era cómo esperaba, ni mucho menos. Suave. Realmente suave. Pero que su piel tuviese el tacto de los dioses no quería decir que no pudiese ser destructiva.

Clavó sus claras y asustadas pupilas en ése que hablaba y su cuerpo pareció paralizarse. Tenía un aroma embriagador, cómo si una fuerza invisible le empujase a perderse en esa marea violeta de sus ojos. Gimió débilmente en un claro desacuerdo a las palabras pronunciadas por lo que no sabía, era un vampiro.

- Para... – Sonó a suplica, a ruego. Su diestra se alzó aún temblorosa y agarró débilmente las ropas que cubrían el brazo de ése estudiante. Del brazo de esa mano que proseguía apoyada en el mentón e inconscientemente tironeó de esa para que le soltase.

Apenas la mano de él tomo su camisa, el aparto la suya de la barbilla del pequeño y la coloco arriba de ella, la entrelazo y en ese mismo movimiento se acerco aún más a él. Sus pupilas se dilataban, mientras su respiración era tan relajada y suave que apenas era perceptible. Su piel parecía estar hecha en toda su totalidad sólo para el rubio, y sentía en el fondo que ahora su pasado era un hueco vacio. ¿Cómo es que se podía sentir tanto por un mínimo contacto físico?

– ¿Seguro? –le pregunto, con dulzura, con delicadeza, con aquella voz que predominaba en los de su raza, tan enternecedora y sensual que eran pocos los que se resistían a su sonido. Seguido de ello, aún tomando su mano la llevo hacia el corazón del pequeño, que sentía como latía acelerado y desbordante, y en el acto acerco su rostro a la altura de él. Aspiro su aroma, tan embriagante, y con su cincelada nariz toco la de él, mientras la guiaba hacia su mejilla, por su oreja, descendiendo, hacia su cuello, acariciándolo, aspirando nuevamente su aroma, rozándolo con los labios. – ¿Seguro? –volvió a preguntar, mientras daba un ligero soplido con sus labios, pero no con la intención de hacerle cosquillas, si no estremecerle.

No podía creerse el modo tan factible en el que estaba cayendo en esas extrañas redes. Si hubiese sido cualquier otro seguramente su palma se habría hecho un hueco en la mejilla del acosador. Por que, si más no, se sentía así: Acosado. Sus dedos parecían hechos para encajar perfectamente en esos huecos y cómo si se viese obligado a no reaccionar, prosiguió viéndole. Temeroso de lo que pudiese suceder.

Su pregunta le hizo dar un respingo. Esa voz, ése tono, esa forma... No era normal. Era sensual no sólo para el oído si no para todos los sentidos. Cada vez que hablaba era cómo si una inexistente mano le acariciase; Una sensación increíble. El hecho de que su mano envuelta por esos finos y delgados dedos se postrase sobre su acelerado corazón no le pareció algo tan horrible. Pero si lo fue lo siguiente que hizo el pelimorado. Gimió débilmente a modo de protesta tan buen punto su nariz se deslizó por su ya erizada piel.

¿Estaba sucumbiendo a esos extraños encantos?. Irok... Él debía salir y detenerle. Pero... No rugía. El malvado Irok ronroneaba ante la presencia de ése. ¿Ya no tenía miedo, entonces?. En ése caso, el pánico se apoderó de él y cuando se formuló la segunda pregunta tragó rudamente saliva, doliéndole incluso la garganta por la magnitud y rudeza del gesto.

Las lágrimas, transparentes y finas no tardaron en coagularse en sus luceros, más, no descendieron en dirección a sus mejillas si no que perecieron allí, estáticas. No entendía nada y eso le provocaba sentirse desorientado, perdido; Indefenso.

Su respiración se tornó pesada por lo cual, ahora lo hacía por la boca, escuchándose en aquel reducido espacio sus suaves y aniñados jadeos. Y aun que tal vez para el desconocido no fuese jactable, el constante bombeo de su corazón le estaba comenzando a producir un zumbido desagradable en los oídos.

Debía escapar. Pero no quería hacerlo.

– Shhhh –susurro en su oreja, en el sentido de que se relajara, soltando su mano, para dar varios golpes en su corazón que, mientras más le tocaba, más acelerado sonaba, enloqueciéndole. Él también estaba acelerado, tratando aún de no dejarse llevar por los impulsos graves que golpeaban a su cordura pero, ahora ya no se preocupaba por eso. Tenerle, sentirle, era la sensación más extraordinaria que alguna vez haya experimentado.

Entonces beso su cuello, mientras volvía la cabeza para mirar una vez más sus hermosas pupilas, seguido llevo sus labios ahora a su frente, y la beso con gran delicadeza, beso sus parpados, besos sus mejillas, la punta de su nariz y se volvió a alejar, para mirarle aún más intensamente de lo que con anterioridad lo hacía.

La cabeza le daba vueltas, sentía tanto calor, tanto deseo, y él pequeño momento a momento le hacía sentir una ternura incomprensible.

– No te haré daño –repitió, asegurándole que fuera lo que fuera, estaría bien. Entonces dirigió su mano a su mejilla, aquella que en u principio tuvo gran necesidad de acariciar, y lo hizo. Por extraña razón su piel era cálida, o quizás era la del pequeño, más aún así la sensación era magnifica, con uno de sus deseos acaricio el contorno de sus labios y se acerco nuevamente a él, a unos pocos centímetros de esa bellísima carnosidad. – Sólo, un poco más… –susurro, más para sí que para él, pues no se atrevía a unir sus bocas… en algún punto enfermizo deseaba que él chico lo hiciera.

Esos tiernos besos nublaron incluso su idea principal de escapar. No era real, esa dulzura impartida por el rostro de mirada dura no podía ser para nada algo de verdad. Tal vez se había desmayado, quizás estaba ahora soñando...Si, eso era un sueño. Y tenía razones para afirmarlo; Uno: Nadie en ése mundo era tan hermoso cómo ése perfecto rostro. Dos: Las instalaciones eran perfectas. ¡Jamás fallaban!. Y tres: Estaba seguro, que a ése chico los ojos le cambiaban de color.
Era un sueño. Punto.

Cada uno de los besos anteriores fue culminado por un pequeño y asustadizo suspiro, pero no tenía razón, estaba siendo increíblemente suave. Esas palabras que sonaron en un principio volvieron a invadir sus oídos. Esta vez no infundaron miedo, quizás fuera por que a mentarlo, notó la calidez de su mano perfilando sus formas faciales y eso le relajó.

- Más... – Repitió en palabras suaves y quedas. Con su tono dulce y asimétrico, infantil y vulnerable. Estaba cómo ido, hipnotizado. Todo ése extraño ser les atraía. La sensación no era desagradable, si no nueva e indescriptible. Los centímetros cedían y con ello, podía sentir su aliento rozar lo que le pertenecía.

Nunca había besado a nadie, pero el instinto le hizo humedecerse la comisura con la misma punta de la lengua. Agradeció en silencio la oscuridad de la zona, puesto que se hubiese visto a si mismo cómo un idiota al pasarse la lengua por los labios mientras miraba tan fijamente esos que tenía delante.

Las ganas de llorar se habían disipado, pero el deseo de dar rienda a algo que no comprendía se le hizo extraña. – No... – Estaba intentando resistirse, de verdad lo intentaba. Pero de seguir así, no sería él la presa, si no que cazaría. Y lo primero que le alimentaría sería la forma perfecta de esa comisura.

– Sí –corrigió, juntando sus frentes, perdiéndose en el ámbar de sus ojos entre la oscuridad. Su mano acarició su mentón, bajo por su cuello, acaricio su pecho sobre la camisa, y siguió en descenso, acaricio su abdomen y cuando llego a la entrada de los pantalones se detuvo y en un rápido e impredecible movimiento paso bajo su camisa y le acaricio. El contacto de sus dedos en esa infantil piel hizo que se volviera a estremecer. Era tan bueno, él era tan delicioso.

Movió un poco su pierna, para apoyarla en el panel en él continuaba recargado y al hacer eso sus cuerpos se unieron aún más, más de lo que ya se encontraba, y pudo sentir toda la anatomía de rubio, pudo sentir como su muslo acariciaba su pierna sobre la ropa, su mano acariciando su liso abdomen que ahora se diría a su espalda para encontrarse con la misma excepcional suavidad, podía sentir su respiración, su aroma envolviéndole, su corazón excitándole, su sexo rozando con él suyo… tan juntos, tan distanciados a la vez.

Suspiro con necesidad, perdido en todas esas nuevas y maravillosas sensaciones, mientras el calar continuaba atrapándole, mientras su rostro y cuerpo se volvía más hermoso por la agitación. Le deseaba, sólo a él, a él en ese momento.

Las caricias le produjeron una extraña sensación de placer y tan buen punto la palma contraria se metió dentro de su camisa dio un ligero respingo y su respiración volvió a agitarse, esta vez por razones totalmente distintas a las de antes. Puesto que, si el pavor le hubo hecho temblar y agitarse, ahora lo hacía una extraña corriente de deseo que, no sabía de dónde, salía y le provocaba a entregarse.

Eso fue demasiado. Ambos cuerpos se volvieron prácticamente uno en aquel único paso dado por el de orbes violetas y eso le provocó un deseo irrefutable. Ya no quería escapar, si no hundirse de lleno. El cuerpo del mayor era envidiablemente más amplio y de formas más definidas. No se atrevió a mover las manos de dónde las tenía, aunque, una de ellas se encontraba increíblemente a gusto enlazada con esa que aún no había soltado.

Su cintura se movió, lenta e inexpertamente para amoldarse a su cuerpo, ajustarse y sentir cada resquicio de su piel rozándole, al menos, aunque fuese por encima de la ropa. – Quiero... – Esta vez fue él quién formuló las palabras perdidas del otro mientras miraba de manera ida esos labios que estaban llamándole aún y pese estar sellados. Ya no era él, no el de siempre. Estaba cómo poseído y que él supiera... No era Irok el que estaba tomando su cuerpo. ¿Hormonas, tal vez?

Despegó entonces la nuca de la fría pared del ascensor y lentamente fue inclinandose en dirección a estos, su rubor creció pero no amenguó su decisión: Quería provar. Saber que se sentía. Palpar la razón por la cual ése ser era tan distinto.

Entró en contacto con sus labios, uniéndolos casi superficialmente y un quedo pero profundo gemido fue arrancado de lo más profundo de su garganta. ¿Tanto excitaba un beso tan casto? Y si era así... ¿Qué se sentiría entonces si indagaba más? ¿Y si metía la lengua en esa cavidad...?. No sabía bien cómo se realizaba un beso, pero de manera infantil abrió de par en par la boca sin ningún tipo de roce previo, demandando así la lengua ajena.

Él menor restregó a su cuerpo en respuesta a sus provocaciones involuntarias, y un gemino se unió a las palabras que el rubio delineo, diciendo aquella palabra que él con anterioridad también había pronunciado refiriéndose a todo en tan pocas letras. Le entendió al instante. El deseo se comenzaba mutuo, mientras con un frenesí desmedido se acariciaban, se toqueteaban, se deseaban con sus intensas miradas, confundida, alteradas, pero simplemente excitadas.

Bésame, bésame, tócame. Gritaba su mente cuando él menor separo sus frentes, entonces le vio de la manera más sensual que nunca le había vislumbrado con anterioridad: Él tomando la iniciativa, acercando su respiración a su rostro, entregando sus labios, asegurando que a lo que le siguiera a continuación no tendría replica alguna.

Apenas se rozaron sus labios cómo imanes terminaron por unirse, hacia tanto que no besaba a alguien, hacia tanto que no disfrutaba de esa suave experiencia en la que puedes saborear y enloquecer por completo, pero sin duda ese era al mejor beso de todos.

¡Y ese gemido! ¡Por todos los cielos! ¡Ese gemido fue la llave para todas las puertas que anteriormente el pequeño habría cerrado! Ahora ya no podía tener límite alguno. Succiono su fina carnosidad y al notar como él tímidamente abría su boca, sin dudarlo, adentro su lengua en aquella cavidad que le recibió húmeda y excitada. Saboreo su aroma, adentrándose, recorriendo las pareces de aquel maravilloso lugar, y él también exhalo un irreconocible gemido mientras devoraba sus labios, su boca entera.

Sus caricias se volvieron más osadas, y el ruido de sus movimientos se perdian en sus respiraciones agitadas. Con su mano libre empezó a desabrochar la camisa del pequeño, botón por botón, tan rápido como se permitía, y antes de que fuera prevista la prenda termino por caer al suelo. Acaricio más abiertamente su abdomen, su cuello, su pecho, recorriendo todo con una delicadeza y fiereza ensordecedora.

Con su pierna empezó a palpar más su sexo con el de él, haciendo imaginarias embestidas, moviéndose sin descanso, pero sin dejar de profundizar su beso, jugando con aquella lengua curiosa, humedeciéndose más y más.

Si antes su coherencia le gritaba el escapar de ése chico de mirada vóraz ahora era todo lo contrario. No sólo su mente había sido totalmente anestesiada por el beso, si no que por si mismo estaba descurbriéndo todo un mundo de sensaciones tan raras cómo nuevas. Tan buen punto la lengua ajena se internó en su virginal cavidad una corriente intensa paralizó todos sus sentidos activando y reforzando el del placer.

Se dejó a ésa ávida y experta lengua en espera de poder demostrar que estaba siendo un buen alumno y que la lección había sido aprendida. Así fue cómo, cuando ganó más confianza inició por su cuenta una serie de torpes y húmedos movimientos. Su lengua parecía menos húmeda que la del mayor u al menos, eso le pareció realmente cuando entraron en contacto en un baile tan suave cómo delicioso. Perfiló con la punta la anchura de la misma y tanteó terrenos desconocidos. ¡Quién iba a decirle! Su primer beso arrancado por un total desconocido. Y lo más preocupante de esa situación, era que no le molestaba en absoluto.

- Nh... - Intentó pronunciar algo pero su voz de niño fue ahogada por la pasión en la que se desenvolvían ambos labios. De todas formas su cuerpo entero dio una sacudida. Esa mano estaba rozándole directamente y el frío le azotaba los hombros sin ningún tipo de compasión. Él también. Deseaba tocar, experimentar. Dejarse a esa piel, esa fragancia que sin saber por que, le había embriagado.

Así fue cómo, tembloroso, alzó la diestra y con la misma delineó las formas suaves de su redondeado mentón hasta apoyar su cálida palma contra la expuesta mejilla en una demanda de mayor aproximación.

Notó esa extraña excitación; La que nacia dentro de sus pantalones y le envíaba una urgente necesidad de sentirse atendido en dicho lugar. Si hubiese sido valiente, tal vez su mirada ahogada en deseo hubiera buscado la otra, pero no podía hacer mas que permanecer con los párpados caídos mientras se acoplaba a los movimientos contrarios, rozando a duras penas su lengua en lo que, cómo si supiese exactamente cómo moverse, su cintura se acopló contra la que yacía delante y su cadera inició una serie de movimientos que íncluia un sensual frote entre ambos sexos.

Pero notó algo. Algo inusual dentro del beso. ¿Tenía...?. Había algo que pinchaba. Entre empujones había logrado adentrarse en la boca del otro pero cabe decir que en una de sus torpes embestidas de lengua, esta se lastimó con lo que parecía ser un colmillo. No se alarmó, quizás era de nacimiento... Su lengua se enredó en éste, acarició incluso su paladar y encia ante el movimiento.

Era tan... Extraño...